domingo, 5 de septiembre de 2010

Microhistoria XII

Esbozó una sonrisa incompleta. Se hacía la tonta, como si nada pudiese afectarle. Pero un día, sin más, desapareció. Sin avisar a nadie, sin despedidas incómodas. Recogió las cuatro cosas que más le importaban, las abrazó muy fuerte, y las metió en su vieja camioneta. Luego condujo hasta que se puso el Sol. Cuando ya no podía ver sin encender las luces, paró frente a un lago. Sacó una botella de tequila y se la bebió. A tragos cortos, como le había enseñado su padre. Cuando quedaban apenas unas gotas, encendió una cerilla, rompió la botella en el asiento contiguo, y lo incendió. Se quedó mirando el fuego y, cuando no pudo más, accionó el motor. Muy despacio, hundió el coche en el lago. Imagen digna del mejor espectáculo. Recordó aquel día contigo. Se detuvo en cada uno de los detalles. El olor de tu pelo, el sabor de tu piel, el sonido de tu risa nerviosa.

Nunca se encontró el coche, ni la botella, ni su cuerpo.

Sólo una nota sobre la mesa de la cocina: “Te mereces algo mejor. Lo sabes tú, lo sé yo”.

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