lunes, 25 de octubre de 2010

Microhistoria XXXIII

Soy una gota. Una gota… de licor. De moras. Ahora resbalo por el cuello de la botella, corro deprisa. Ansío la libertad. Impregnar toda la superficie que pueda. Me quiero suicidar por deshidratación. He visto lo que el Sol ha hecho con otras. Las he visto encogerse de placer, y morir sabiendo que nadie las había utilizado. No sé lo que habrá después, pero ese momento será glorioso. De pronto… oh, no. Una mano llena de surcos ha levantado la botella. Tiene tierra entre las uñas, y sangre seca en el dorso. Oh, no. Se acercan unos labios agrietados, finos y duros. Rodeados de pelos pegados en grupos, de los que cuelga algo gelatinoso. Ha aparecido una lengua blanca, con restos de algo que preferiría no tener que identificar. Se está acercando demasiado. Oh, no… confirmado, es tan áspera como parecía. Siento cómo me aplasta contra el vidrio. Busco los huecos entre esta textura tan rugosa, para intentar mantener mi volumen unido. Imposible. Fluyo. Me deshago. Me vierto. Me fragmento. Me disuelvo. Soy absorbida. Desaparezco. ¿Qué soy ahora?

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